martes, 22 de octubre de 2019

La violación de Lucrecia: machismo a la romana

No, no hablamos de Lucrecia Borgia. Nuestra Lucrecia vivió mucho antes, en el siglo VI a.C., en las postrimerías de la monarquía romana. Era hija de Espurio Lucrecio Tricipitino, un político de la época de la gens (familia o clan) Cornelia que fue senador y prefecto de la ciudad de la mano del rey Lucio Tarquinio el Soberbio, último monarca de Roma. Lucrecia se casó con Lucio Tarquinio Colatino, sobrino del monarca, lo que nos da una idea de lo influyente que era la familia de Lucrecia dentro de la aristocracia local.

Lucrecia era vista como el ideal de mujer romana, pues ensalzaba todas las virtudes que se esperaban de ellas, de las cuales las más importantes eran la modestia y la castidad. Era, además, diligente con las tareas del hogar (otro de los máximos exponentes de la virtud que se esperaba de una romana), honesta y hermosa. Fueron éstas las cualidades que despertaron en Sexto Tarquinio, hijo del rey, el fuerte deseo de poseerla.

El año 509 a. C., durante el sitio de la ciudad de Ardea, cerca de Roma, en mitad de un festín nocturno —duro menester para algunos el de asediar una ciudad—, la conversación derivó en las virtudes de las esposas de cada uno de los presentes, entre los cuales se encontraban Sexto Tarquinio y Colatino, el padre de Lucrecia. Colatino, después de asegurar que la suya se llevaba la palma, conminó a los presentes a ir a Colacia para que pudieran verlo por ellos mismos. Total, estarían de regreso antes del amanecer, y la ciudad de Ardea ni se iba a mover de allí ni sus habitantes se iba a rendir precisamente esa misma noche. 

Lucrecia, según Artemisia Gentileschi (1621)
A la esposa de Sexto la encontraron disfrutando de un banquete junto a sus amigas, mientras que Lucrecia se hallaba hilando junto a sus esclavas. Ni que decir tiene que todos coincidieron en que Lucrecia era la más virtuosa de todas las esposas de los presentes. Fue en ese momento cuando Sexto Tarquinio sintió el deseo de apoderarse de Lucrecia, un deseo que acabaría con la vida de ésta y con la propia monarquía de los Tarquinios.

Unos días más tarde Sexto regresó a escondidas a Colacia. Allí aprovechó la ausencia del esposo de Lucrecia para entrar por la noche en su habitación y, haciéndose pasar por él, se metió en su cama y la violó. Supuestamente Lucrecia, creyendo yacer con su esposo, no se resistió ni gritó. Según otra versión, más moderna, Lucrecia habría sido amenazada por Sexto al ésta descubrirle, asegurando que si se resistía la mataría a ella y a un esclavo, cuyo cuerpo dejaría junto al suyo sobre la cama. Luego diría a todos que los descubrió juntos y decidió castigar el adulterio matándolos a ambos.

Tras violarla, Sexto se marchó triunfante dejando atrás a una Lucrecia maltratada y abatida. Ésta envió un mensajero a su padre a Roma y otro a su esposo, que seguía en el sitio de Ardea, avisándoles de que debían acudir inmediatamente a Colacia. Una vez reunidos todos, Lucrecia rompió a llorar y relató lo sucedido. Todos arrojaron las culpas sobre Sexto. Pero Lucrecia, aun sabiéndose inocente, no quiso quedar sin castigo.  Sacó un cuchillo que tenía oculto en la ropa y se lo clavó en el corazón.

La muerte de Lucrecia, según Eduardo Rosales Gallinas. Óleo sobre lienzo (1871)

Sus últimas palabras, según Tito Livio, fueron:

«¡Ninguna mujer quedará autorizada con el ejemplo de Lucrecia para sobrevivir a su deshonor!»


El suicidio de Lucrecia, según Andrea Casali (siglo XVIII)
 
La muerte de Lucrecia significó el fin de la monarquía en Roma. De hecho, el esposo de la difunda Lucrecia fue uno de los dos primeros cónsules de la república (los más altos magistrados del estado, que eran elegidos anualmente). Casualidad o no, el otro cónsul fue Lucio Junio Bruto, pariente de Lucrecia, quien también estuvo presente el momento de su muerte.

Sin duda la figura de Lucrecia fue explotada por generaciones como modelo ideal de lo que debía de ser la mujer romana. No solo se esperaban de ellas las muchas virtudes que encarnaba Lucrecia, sino que en cierto modo se las alentaba a que siguieran su ejemplo. Esta glorificación del suicidio como forma última de redención resulta abrumadora bajo el prisma de la actualidad, pero lo cierto es que aún hoy hay países en los que la mujer es la culpable de su propia violación. 2.500 años después de la muerte de Lucrecia todavía queda mucho camino por recorrer.

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